La enfermedad renal crónica (ERC) es un problema de salud pública en aumento, caracterizado por la pérdida progresiva y permanente de la función renal. Los riñones, responsables de filtrar desechos, mantener el equilibrio de líquidos y electrolitos, y regular la presión arterial, ven comprometida su capacidad en esta patología.
La nutrición desempeña un papel fundamental tanto en la prevención como en el manejo de la enfermedad. Una alimentación adecuada puede ralentizar la progresión del daño renal, controlar los síntomas y mejorar la calidad de vida de los pacientes.
Objetivos de la intervención nutricional
El abordaje dietético busca:
- Disminuir la carga metabólica sobre los riñones.
- Controlar los niveles de urea, fósforo, potasio y sodio en sangre.
- Evitar la desnutrición y mantener un adecuado estado proteico-energético.
- Adaptar la dieta a la fase y gravedad de la enfermedad.
Estrategias nutricionales principales
Control de proteínas
El exceso de proteínas puede aumentar la producción de desechos nitrogenados, sobrecargando los riñones.
- Etapas iniciales: restricción moderada (0,8 g/kg/día).
- Etapas avanzadas: reducción a 0,6 g/kg/día o menos, según indicación médica.
- Fuentes recomendadas: proteínas de alto valor biológico como huevo, pescado, pollo y pequeñas porciones de lácteos.
Es fundamental mantener el equilibrio: un déficit proteico puede causar pérdida muscular, mientras que un exceso acelera el deterioro renal.
Control de sodio
El sodio en exceso favorece la retención de líquidos y eleva la presión arterial.
- Limitar el consumo de sal a menos de 2 g al día (equivalente a 5 g de sal).
- Evitar embutidos, conservas, salsas industriales, caldos concentrados y alimentos ultraprocesados.
- Utilizar hierbas y especias naturales para dar sabor a los platos.
Regulación del fósforo
El fósforo elevado en sangre puede provocar calcificaciones vasculares y óseas.
- Reducir alimentos ricos en fósforo: lácteos, frutos secos, legumbres y refrescos de cola.
- Preferir fuentes con fósforo orgánico natural, mejor absorbido y controlado por el organismo.
- En algunos casos, el médico puede recomendar quelantes de fósforo junto con las comidas.
Control del potasio
El potasio es esencial para la función muscular y cardíaca, pero su exceso puede ser peligroso en la ERC.
- Limitar frutas y verduras con alto contenido en potasio (plátano, naranja, aguacate, tomate, espinaca).
- Preferir manzana, pera, sandía, calabacín y zanahoria.
- Hervir las verduras y desechar el agua de cocción ayuda a reducir el contenido de potasio.
Aporte calórico adecuado
La energía debe provenir principalmente de hidratos de carbono complejos y grasas saludables, para evitar la pérdida de masa muscular.
- Utilizar aceite de oliva virgen extra como fuente principal de grasa.
- Incluir cereales, pan y pasta (preferiblemente refinados si hay riesgo de hiperpotasemia).
Hidratación
El control del agua depende de la función renal residual y de la presencia de retención de líquidos.
- En fases avanzadas, el médico puede indicar una restricción hídrica individualizada.
- En fases iniciales, mantener una hidratación suficiente (1,5–2 litros diarios) es beneficioso para la función renal.
Micronutrientes y suplementos
En pacientes con restricción alimentaria, puede ser necesario suplementar:
- Vitaminas del grupo B y ácido fólico.
- Hierro, si existe anemia.
- Vitamina D, bajo control médico, para mantener el metabolismo óseo.
Enfoque según el tipo de tratamiento
Pacientes prediálisis
El objetivo es ralentizar la progresión del daño renal, mantener un estado nutricional adecuado y controlar los electrolitos.
Pacientes en diálisis
Requieren un aporte proteico mayor (1,2 g/kg/día) para compensar las pérdidas durante el tratamiento. También deben ajustar líquidos y minerales según la pauta médica.
Pacientes trasplantados
La dieta debe favorecer la recuperación, prevenir la ganancia de peso y controlar los efectos secundarios de la medicación inmunosupresora.
Conclusión
La nutrición es una herramienta terapéutica esencial en la enfermedad renal crónica. Una dieta individualizada, basada en la fase de la enfermedad y en la situación clínica del paciente, puede marcar la diferencia en la evolución y la calidad de vida. El trabajo conjunto entre el equipo médico, el dietista-nutricionista y el paciente resulta clave para lograr un equilibrio entre el control metabólico y una alimentación satisfactoria.
